Cuando era niña, me fascinaba la infinitud y las maravillas de la creación de Dios. Dirigía mi mirada al cielo y trazaba el futuro de mi vida. La maravillosa belleza del cosmos me cautivó desde muy temprana edad y de manera profunda, y resultó ser un amor y una obsesión que seguiría creciendo. Soñaba con lo fantástico que sería cuando llegara el mundo de mañana. Soñaba con ese mañana, ese día ilusorio en algún lugar del futuro en el que mis metas y sueños se transformarían en realidad y yo podría viajar a los cielos y poner un pie en las arenas inexploradas de otro mundo. Parece que fue hace solo unos años que contemplé lo que ahora creo que era una luna llena desde la entrada de la casa de la abuela y el abuelo y me prometí a mí misma esa noche que algún día caminaría sobre su cara asustada y escalaría lo que había imaginado como montañas invertidas de ciclo de hielo escarpado de la luna. A menudo especulé sobre cuál podría ser mi reacción o interpretación al cambiar de posición y cambiar de lugar y mirar hacia mi tierra natal para caminar sobre la faz de un nuevo mundo donde los humanos nunca han caminado antes. Donde las guerras nunca estallaron y la violencia y la fealdad humana son desconocidas. Para contemplar la tierra desde una tierra en algún lugar profundo del cosmos y compartir sus maravillas y las de Dios con el mundo y los seres amados que tan voluntariamente dejé atrás. Para caminar espiritualmente con Dios entre las estrellas y ver su creación total. Para ver la tierra como realmente es, y como ÉL debe verla y darme cuenta de que soy un hijo del universo, y uno de los muchos hijos de la familia de Dios y compartirlo con toda la humanidad en la tierra. Pero eso fue ayer y han pasado muchos años desde ese ayer en el tiempo y me di cuenta de que nunca iba a ser, pero esa punzada persistente de lo que podría haber sido todavía permanece en el fondo de mi mente y arde profundamente en mi corazón incluso hoy. En los años que siguieron, la humanidad rompió las órbitas de la tierra y emprendió los primeros viajes incómodos a la luna. Vi a otros hombres vivir mi sueño, los pocos elegidos, y yo, como tantos otros, vimos en vivo y presenciamos nuestro reflejo como lo vimos a través de sus ojos y como Dios realmente debe vernos. No es tan malo ahora en mis años dorados, ya ves, porque Dios me abrió muchas puertas a lo largo de los años y esos hombres que vivieron mis sueños se convirtieron en mis amigos. ¿Y adivina qué? Mi nombre fue llevado a la luna en varias misiones y a lo largo de los años he sido bendecido por estar en posición de múltiples meteoritos lunares (rocas lunares) desde varias ubicaciones de la luna. ¡Así que ves que puedo tocar la luna cuando quiera!